Cinco años en Galicia: Mi viaje con Quirinux
La mañana es fresca y luminosa. Son las 8 AM y ya estoy en mi espacio de trabajo, rodeado de hardware, desarrollando la nueva versión de Quirinux.
A mi alrededor están mi notebook modelo 2013, unas cuantas memorias RAM, ordenadores viejos y nuevos, impresoras, pendrives y otros cacharros de hardware esparcidos por el escritorio donde me sumerjo día tras día en el desarrollo de la nueva versión de Quirinux.
Antes de que todo esto comenzara, terminé de cursar la carrera de Realizador de Cine Animado en IDAC en 2018. Un año antes, en Buenos Aires, había empezado a desarrollar la primera versión de Quirinux, que presenté en el Festival Latinoamericano de Instalación de Software Libre en abril de 2019. Con el diario del lunes, me doy cuenta de que aquel momento marcó el inicio de una travesía mayor.
A mediados de 2019, mi esposa y yo nos mudamos a Galicia. Ella venía a hacer un máster, y la idea inicial era quedarnos solo un año. Pero, como muchos otros, nos vimos atrapados por la pandemia, y nuestros planes cambiaron. Luego de su máster, vino un doctorado; yo busqué trabajo y encontré una oportunidad como técnico de soporte Linux en Dinahosting. Después, me metí en un FP y pasé a trabajar en AVA Soluciones Tecnológicas, donde adquirí una experiencia variada y valiosa.
Los años siguieron pasando y el llamado de Quirinux comenzó a hacerse cada vez más fuerte, hasta que decidí retomar el proyecto y dedicarme de lleno a él. Fue una decisión que marcó un antes y un después. Dejar atrás la comodidad del trabajo en relación de dependencia no fue fácil, pero era un paso necesario para dedicarme completamente a este sueño. Mi tiempo en esos trabajos convencionales fue útil para construir las bases sobre las que hoy se asienta Quirinux. La libertad de crear, de innovar, de equivocarme y aprender por mi cuenta, son cosas que no tienen precio.
El espacio de trabajo donde desarrollo Quirinux se fue armando de a poco. Al principio, vivíamos en otra casa, donde atravesamos toda la pandemia del COVID con menos luz y más frío. Aquellos días fueron duros, no solo por la incertidumbre y el aislamiento, sino también por estar lejos de Buenos Aires y de nuestros seres queridos. Perder a mis abuelos a la distancia fue un cachetazo importante, una tristeza difícil de procesar en plena cuarentena y en otro país.
Ahora vivimos en un piso más bonito, casi ático, con mucha luz. Este nuevo hogar me trajo una sensación de renovación y esperanza. Mis días comienzan temprano, con el primer rayo de sol asomándose por la ventana, aunque la mayor parte del año, aquí en Santiago de Compostela, ese sol está escondido detrás de nubes espesas y lluvias incansables. Hay algo melancólico y a la vez inspirador en la luz suave de las mañanas gallegas, en el sonido constante de esa lluvia, que crea un telón de fondo perfecto para concentrarse y dejar volar la imaginación. Aunque a veces, el silencio mayor lo encuentro a la noche y me he pasado largas madrugadas intentando corregir algún código maldito.
Creo que nunca tomé tanto mate. Más que un reemplazo del cigarrillo, que abandoné en 2011, creo que la yerba constituye una conexión con mis raíces que me recuerda de dónde vengo y me da la energía para enfrentar los desafíos del día. A medida que la mañana avanza, me encuentro perdido en líneas de código, resolviendo problemas, construyendo y reconstruyendo, siempre con la mirada puesta en un objetivo claro: hacer de Quirinux algo más grande y mejor.
En este trayecto, el apoyo incondicional de mi esposa ha sido fundamental. Su amor, su confianza y su constante aliento son los pilares que sostienen mis días. Ella es mi compañera en esta travesía, compartiendo cada pequeño éxito y cada frustración. Fue ella quien me animó a retomar Quirinux y dedicarme de lleno a este proyecto. Juntos, siempre supimos apreciar las cosas simples, como tomar un cafecito bajo la lluvia o una tarde tranquila en casa mirando un DVD o leyendo una novela… Momentos que se volvieron aún más especiales en este rincón de Galicia.
Los últimos cinco años fueron una mezcla de desafíos, de logros, de días grises y momentos brillantes. Galicia, con su belleza melancólica, fue el escenario perfecto para esta etapa de mi vida en la que conocí gente con muy buena onda. Y cada día, mientras trabajo en Quirinux, siento que estoy construyendo no solo un software, sino un legado, algo así como una obra de arte, una huella.
Mirando hacia atrás, veo un camino lleno de aprendizajes y experiencias que me transformaron, y miro hacia adelante con la certeza de que esto acaba de comenzar.